Lunes, 24 de Octubre de 2011
Un nuevo día comienza. La etapa de hoy se presentaba como una marcha corta, de transición entre los valles pirenaicos y la primera gran ciudad de El Camino, en un día en que la previsión climatológica anunciaba lluvia. Probablemente esa fue la razón de que la actividad en el albergue de Larroasaña comenzara muy pronto por la mañana, y a las 6:45 prácticamente todos los peregrinos estábamos en la calle con la mochila a la espalda. Noche cerrada en el pueblo y ninguna cantina donde desayunar, así que comencé a caminar con la esperanza de encontrar en algún pueblo próximo un lugar donde tomar algo. En la primeras rampas tras dejar el pueblo, justo antes de llegar a Akerreta, el sol empezaba a iluminar el horizonte de una tranquila mañana.
Una deliciosa senda totalmente pegada al Arga, que discurre por el interior de un espeso bosque, hace las delicias del caminante en un agradable recorrido hasta llegar a Zuriaín. A pesar de la escasa luz existente en una cubierta mañana, los rincones del camino rebosaban de color. Pasarelas sobre cauces secos daban muestra de la sequía poco habitual sufrida por estas tierras durante este año.
Al llegar a Zuriaín, la tan anunciada lluvia empezó a hacer acto de presencia. No me gusta la lluvia, incluso vista a través de una ventana, y mucho menos mojarme con ella. Cuando viví en Holanda, la lluvia fue respetuosa conmigo. Yo era consciente de que era necesaria, pero ella "sabía" que no era de mi agrado, y quiso que nos lleváramos bien. Buscó una solución muy inteligente, dejándose caer por la noche, desde las 10 hasta las 7 de la mañana del día siguiente, respetándome durante las horas del día... Casi dos años en Holanda yendo a la Universidad cada día en bicicleta y sólo me mojé en dos ocasiones, lo que siempre le agradeceré...
Así que en cuanto empezaron las primeras gotas en Zuriaín abrí la mochila en un pequeño patio de una casa del pueblo y busqué el material impermeable que llevaba en ella. Era la primera vez que utilizaba estos "accesorios" en el Camino, y no sabía muy bien qué elegir: pantalón de agua, chubasquero, funda para la mochila, poncho o simplemente un paraguas... El viento hacía bastante difícil manejarse con esa lámina de plástico con capucha llamada poncho, así que lo dejé en la mochila junto con el paraguas y me vestí con el resto de la ropa. A los pocos metros, una vez retomado el camino hacia Irotz que se encontraba a dos kilómetros de distancia, observé como la peregrina de Corea, que había dormido también en Larrasoaña, estaba parada a un lado del camino protegiéndose a su vez para la lluvia.
Irotz, como muchos de los pueblos Navarros del valle de Esteribar por los que he cruzado hasta el momento, me recibió con sus casas señoriales, los arcos de piedra en las fachadas y la limpieza y elegancia en todos sus rincones. No hace falta ser una gran ciudad para que el buen gusto de sus vecinos se haga notar al instante.
A la salida de Irotz, a pié del camino, me encontré con la iglesia de San Pedro, donde destaca su torre de planta cuadrada que bien pudo ser usada como torre de defensa en tiempos de guerra. Una columna de madera, probablemente procedente de algún roble de los alrededores, sustenta el porche cubierto por un arreglado tejado. En el interior de la parroquia dicen que destaca el retablo mayor, obra del taller de Ramón de Oscáriz, pero lo cierto es que cuando pasé por allí estaba cerrada y no pude comprobarlo. Tampoco había ningún lugar donde tomar algo, y tras casi dos horas de caminar, seguía en ayunas. Tengo suerte de poder aguantar sin comer durante largos periodos de tiempo, sobre todo si estoy distraído, pero todo tiene un límite...
Tras cruzar Irotz, se pasa nuevamente al otro lado del río por el puente de Iturgaitz. Allí comienza una zona preparada para el disfrute de los habitantes de la ribera del Arga, el parque fluvial, donde me encontré con el trio de amigos leoneses, que también alcanzaban el puente en ese momento. Se podría continuar, como comprobé después, por el parque fluvial hasta alcanzar un nuevo puente, como hizo la peregrina coreana. Sin embargo yo continué por el camino marcado con las flechas amarillas hacia Zabaldika, donde el andadero se pega al asfalto de la carretera durante apenas un kilómetro y medio hasta llegar al barrio de abajo del pueblo.
Superado Zabaldika, una pequeña área de descanso donde me reencontré con la coreana marca otra intersección de dos posibles rutas: seguir un remonte hasta media ladera del monte Narval, que luego continúa hasta el antiguo y peregrino puente de Trinidad de Arre, o cruzar el puente junto al área de descanso y continuar por el parque fluvial hasta Huarte. La coreana decidió subir el monte, pero yo, importunado por la lluvia que estaba cayendo, decidí continuar por la orilla del río, un camino un poco más largo pero menos embarrado y protegido del aire por los árboles de la ribera.
Un camino bien hormigonado que discurre a la orilla del río, junto a zonas de cultivo, huertas y naves industriales, me iba concienciando de la proximidad de la ciudad de Pamplona, a menos de 10 Km de distancia. El río discurría alegre y cantarín, y me acompañó hasta la presa de Huarte, donde en otra época del año podría haber disfrutado con un buen baño en las aguas allí recogidas.
En la presa de Huarte aprendí que el transporte de madera por los ríos Arga y Ultzama desde los bosques pirenaicos fue una práctica habitual durante los siglos XVI a XIX. Los troncos, que cada propietario marcaba con una señal distintiva, se transportaban a través del río desde los montes de Esteribar, Eugi y Ultzama hasta Pamplona, donde se necesitaba esta materia prima para sus actividades en continua expansión. El caudal del río principal se regulaba mediante diferentes presas en las regatas menores, lo que permitía a las cuadrillas de hombres, pertrechados con largos palos con garfios, conducir los troncos por su cauce, llegando a su destino final al cabo de varios días. Las "leñadas" tenían sus reglas, y debían pagar un canon en compensación por los destrozos que causaban en molinos, presas y puentes.
Huarte, una villa grande donde probablemente encontraría algún lugar para desayunar. Calles, aceras, cruces, semáforos, gentes y toda clase de servicios fueron muy bien recibidos esta vez. En Casa Navarro, donde descansé del peso de la mochila y de la lluvia, di cuenta de dos cafés con leche y un estupendo pincho de tortilla que me supieron a gloria... Aproveché para entrar en calor y secarme un poco la cara y las manos.
El camino que seguí al salir del pueblo de Huarte, de nuevo pertrechado con la ropa impermeable, discurría junto a pequeñas huertas labradas por los vecinos del pueblo. Uno de ellos, al cruzarse conmigo mientras empujaba una carretilla, me comentó: "Mal día para andar ha salido hoy, ¿eh?...", y yo me sorprendí a mí mismo contestándole "No está mal, podría ser peor...", e inmediatamente me vino a mi memoria aquel pasaje de Pedro Calderón de la Barca en "La vida es sueño", que aprendí en mi niñez y que dice así:
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.
Moraleja: Nunca de tu suerte te debes quejar, porque siempre encontrarás a alguien que peor que tú en esta vida está...
Pasé el pueblo de Burlada caminando junto a la orilla del río, luchando contra el fuerte viento y la constante lluvia. Al llegar al Parque de la Nogalera, crucé el Arga y ascendí por una empinada pendiente hasta el Alto de Las Ripas donde, desde un parque de muy reciente construcción, se divisaba una bonita vista de Pamplona y sus alrededores. El viento era impresionante en el punto más alto, y daban ganas de echarse a volar "a ladera" como lo hiciera un hábil milano.
Las ripas margosas, unas atractivas formaciones de arenisca en la margen izquierda del Arga, cuyas gigantescas paredes verticales permiten contemplar los diferentes estratos de la piedra. Sobre ellas se divisan, a lo lejos, las torres de la Catedral de Pamplona, enmarcadas en las montañas del horizonte, y a sus pies se levanta el Puente Viejo de Burlada por el que, tras descender cuidadosamente del alto por el mojado y resbaladizo camino, volví a cruzar el río Arga para dirigirme al centro de Pamplona.
Al cabo de poco más de un kilómetro de camino por la margen derecha del río, donde me crucé con numerosos atletas corriendo a pesar del desapacible tiempo, las flechas amarillas abandonaron la orilla del Arga y se adentraron por las calles de los alrededores de Pamplona. Sin saber dónde, las flechas se transformaron en notables tachuelas de acero, que fueron señalando profusamente el Camino desde aquí hasta el centro de la ciudad "y más allá". Imposible perderse. Así llegué, embozado en mi chubasquero y con las manos heladas por el agua y el viento, hasta el Puente de la Magdalena, un puente medieval de cuatro ojos, algo descentrados en la actualidad respecto al cauce del río. Un bonito crucero adosado al puente en su comienzo se eleva hacia al cielo, con la imagen del Aposto Santiago (en la actualidad decapitado) inscrito en su columna.
El acceso a la capital navarra transcurre, quizás, por uno de los entornos más bonitos de los alrededores de Pamplona, el barrio de La Magdalena, antesala de las antiguas murallas que defendían la ciudad. Rodeando las murallas impresionado por su altura llegué a la Puerta de Francia, también llamada de Zumalacárregui, que constituye una de las entradas principales al casco antiguo de Pamplona.
Buscando el albergue municipal de la ciudad pasé por la famosa Plaza del Ayuntamiento, prácticamente desierta, interesante contraste con lo que ocurre el 6 de Julio, víspera de San Fermín, patrono de la ciudad, fecha en que es invadida por pamplonicas y visitantes vestidos de blanco y rojo, a la espera del pregón y su esperado "chupinazo", indicador del comienzo de una semana de fiestas en la ciudad. Una ciudad formada en sus orígenes, como indica la inscripción que aparece en el suelo de la plaza, por la unión de tres burgos, el de Navarrería, el de San Nicolás y el de San Cernín.
Llegué al albergue municipal "Jesús y María", en la calle Compañía, 4 , donde quedé sorprendido, primero, por su céntrica ubicación, después por la imponente entrada y por último por su origen. Se trata de una antigua iglesia, originalmente a cargo de la orden de los jesuitas, que tras diversos usos a lo largo de los siglos, se ha transformado en albergue municipal. Los módulos de literas se han distribuido a lo largo de las naves laterales del antiguo templo, mientras que la nave central, sin uso en esta fecha, estaba cerrada a los peregrinos. Disponía de todos los servicios, y tras registrarme, me dí una ducha reparadora y procedí a lavar la ropa sucia que acumulaba antes de ir a esperar a mi amigo Gabi, que tenía prevista la llegada en autobús a las 2 de la tarde.
Imagen de Rufino Lasaosa sacada de la web |
Cuando salí del albergue ya había dejado de llover. Plano en mano me dirigía a la estación de autobuses al encuentro de Gabi cuando, de repente, me vi en medio de un metálico encierro que atrajo poderosamente mi atención. El conjunto escultórico en bronce del artista bilbaíno Rafael Huerta capta con una inusitada exactitud la intensidad de un instante, la tensión de los corredores delante de los animales, la impotencia de un mozo caído a unos centímetros de la testud del morlaco, la potencia y bravura de los toros, con sus imponentes cabezas... Casi se puede escuchar el ruido de los cascos golpeando sobre los adoquines de las calles de Pamplona acompañado de los gritos de corredores y observadores al paso de la manada.
Y con puntualidad inglesa llegó Gabi desde Donosti en su flamante autobús. Yo llegué a la zona de andenes de la moderna estación de autobuses justo a tiempo para inmortalizar el momento de tan esperado reencuentro. Peregrinos llegados a Santiago en Mayo que se reunían de nuevo en Pamplona para recorrer a la par los casi 200 Km que separan este punto de Briviesca, destino final de esta nueva aventura.
Volvimos al albergue para que Gabi se registrara. El hospitalero le asignó la litera situada encima de la mía, y seguidamente nos fuimos a comer a uno de los muchos restaurantes de la famosa calle Estafeta, donde por un módico precio comimos un suculento menú. Con el estómago lleno y con ánimos renovados nos decidimos a repasar el recorrido del encierro, acontecimiento que cada año, desde hace muchos, me hace levantar a las 8 de la mañana cada día de la semana de Julio para seguirlo puntualmente por televisión, al igual que a alguna otra incondicional amiga mía. Lo conozco de memoria, pero nunca había estado en Pamplona para recorrerlo en vivo. Empezando en la zona donde se instalan los corrales de Santo Domingo llegamos hasta la entrada a la Plaza de Toros, pasando por la Cuesta de Santo Domingo, con la hornacina que alberga la imagen de San Fermín, la Plaza del Ayuntamiento, la calle Mercaderes, rematada con la iglesia de San Saturnino al fondo, y su famosísima curva con la calle Estafeta, la larga calle Estafeta hasta llegar a la plaza de la Telefónica donde, siguiendo una ligera curva a la izquierda, se enfila la bajada a la puerta que da entrada al coso pamplonica a través del peligroso callejón, tristemente famoso por los numerosos "montones" que se han producido allí a lo largo de la historia de los encierros. Y junto al recorrido, frente a la plaza de toros, se yergue vigilante el busto de Ernest Hemingway, el premio nobel de literatura americano que fue "amigo de este pueblo, admirador de sus Fiestas que supo describir y propagar" de forma contundente más allá de nuestras fronteras.
La empresa pamplonica Kukuxumusu (en euskera "Beso de pulga"), que se define a si misma como "La Fábrica de Dibujos", tiene su propia interpretación del Encierro de Pamplona, con su famoso toro "Testis". Empresa muy ligada a las Fiestas de San Fermín, en la puerta de su tienda del final de Estafeta se encuentra un reloj que da cuenta del tiempo que resta hasta el próximo chupinazo. Todo un detalle para no olvidarse de esa ineludible cita
Siguiendo la recomendación de mi primo Estanis, fuimos a tomar café al Café Iruña, un recoleto establecimiento del siglo XIX situado en la Plaza del Castillo, lugar muy frecuentado en su época por Ernest Hemingway. Un estupendo café en un entorno espectacular al precio de cualquier otra cafetería.
El café nos renovó el espíritu, dándonos ánimos para seguir pateando esta singular ciudad, llena de importantes monumentos, calles bien conjuntadas, murallas defensivas con sus puertas fortificadas, edificios señoriales y zonas verdes bien cuidadas como se puede observar en la siguiente muestra de imágenes "robadas" a la ciudad.
La plaza del Ayuntamiento, con el edificio público más venerado del país cada primeros de Julio, y la Catedral de Santa María, en lo más alto del centro histórico de la ciudad.
Las calles peatonales del centro permiten al paseante recorrer sin prisas los lugares más emblemáticos de la zona, o simplemente desplazarse cómodamente hasta el lugar deseado.
La iglesia fortaleza de San Nicolás, con su imponente torre fortaleza, o la de San Saturnino, con su labrado pórtico y su barroco interior colmado de tumbas en el suelo.
Y antes de volver al albergue a descansar y preparar las mochilas para seguir el Camino al día siguiente, pasamos por la Plaza del Castillo, centro neurálgico de la ciudad y punto de encuentro durante el día, que empezaba a quedarse dormida a la luz amarillenta de las farolas nocturnas.
De vuelta en el albergue nos encontramos con los tres amigos leoneses, Mauro, Jesús y José Enrique, que ya conocía de Larrasoaña, y entablamos conversación con los peregrinos ubicados alrededor de nuestras literas, provenientes de lugares muy distantes entre sí, como una australiana recién aterrizada que empezaba ese día el Camino y no tenía ni saco para dormir, una mejicana alborotadora y divertida, un cocinero que si no nos dice que era de Málaga hubiéramos apostado a que era hindú, tres amigos catalanes que venían de Blanes... Historias paralelas que, posiblemente, continuarán y se entrecruzarán a lo largo de los siguientes días de aventura. Pero eso será en otra etapa.
"Hoy he llegado a Pamplona... Una ciudad de renombre, no solo por los festejos de Julio, sino por su casco histórico y sus murallas de la ciudadela... He entrado a la ciudad bajo la lluvia por la puerta de Francia, después de dejar atrás el puente de la Magdalena sobre el río Arga. El otoño también ha llegado para los castaños de Pamplona asentados al pie de las murallas...
Un día gris, lluvioso y ventoso, pero a pesar de todo gratificante. Una etapa de transición que me ha llevado hasta Pamplona, ciudad que me ha gustado mucho... He estado siguiendo el recorrido del encierro, cuyo monumento veis en la foto, desde los corrales de Santo Domingo hasta la entrada a la plaza de toros por la bajada al callejón, en compañía de Gabi, que ya se ha unido a la peregrinación. Comida en la calle Estafeta y café en el Café Iruña, en la Plaza del Castillo. La vuelta a la civilización desde el pueblecito de ayer, donde casi no ceno y hoy no he podido desayunar, se agradece mucho... y qué bien se come en Pamplona!!!
Por cierto, la calle Estafeta, en la dirección del encierro, discurre en pendiente... Aunque es relativamente suave, no se como la gente se atreve a ponerse delante del toro, sobre todo al principio de la calle, cerca de la curva de Mercaderes..." Pamplona, 24-Oct-2011.
Próxima etapa: Camino de Santiago Francés - Cuarta etapa. De Pamplona a Puente la Reina
Etapa anterior: Camino de Santiago Francés - Segunda Etapa. De Roncesvalles a Larrasoaña
Hola, soy de Pamplona/Iruña y tus fotos me han parecido alucinantes. Tienes muy buena mano.
ResponderEliminarSaludos!
Iñaki