sábado, 14 de enero de 2012

Camino de Santiago Francés - Cuarta etapa

De Pamplona a Puente la Reina

Martes, 25 de Octubre de 2011


     Una nueva etapa en compañía. Después de las dos últimas etapas en las que hice el camino en solitario, tras el reencuentro con Gabi la etapa se presentaba mucho más interesante y amena. Estábamos deseando salir del albergue de Pamplona tras una noche un tanto "movidita" debido a la sinfonía de ronquidos de nuestra "vecina" australiana de la derecha y alguna que otra voz en sueños de las vecinas catalanas de la izquierda... Toda una odisea, que alguno solventó cambiándose de litera al extremo más lejano del albergue. Salimos a primera hora de la mañana, y después de desayunar en un bar al que Gabi ya le había echado el ojo, seguimos las tachuelas de acero que marcan todo el recorrido del Camino por dentro de la ciudad. Caminamos en busca de Cizur Menor, pasando por el Campus de la Universidad de Pamplona. El sol nos descubrió a la salida de la ciudad, asomándose tímido pero radiante por el horizonte pamplonica.


     Si para entrar en Pamplona tuve que cruzar una vez más el río Arga, para salir de la ciudad curzamos dos ríos, primero sobre un puente medieval el Sadar, afluente del Arga, y luego el río Elorz, afluente a su vez del Sadar. Durante los cinco kilómetros que separan Pamplona de Cizur Menor nos encontramos numerosos personas, bien peregrinos que comenzaban su particular etapa, bien asiduos caminantes matinales que recorrían de forma habitual el trazado entre la Capital y ese pueblecito vecino, como ejercicio diario para mantener el cuerpo activo y ligero. Algunas de ellas (y no precisamente jovencitas) llevaban un ritmo que no desmerecía en absoluto, y siguiendo su estela llegamos a Cizur Menor en menos que cantó un gallo. Al pasar por el pueblo pudimos observar lo que permanece de una de las principales encomiendas de la Orden de Malta en Navarra, construida en el siglo XIII, y que fue hospital de peregrinos durante siglos.


En cuanto dejamos atrás Cizur Menor y bordeamos algunas urbanizaciones cercanas de Cizur Mayor, nos vimos rodeados de tierras de labor, en esta época preparándose para recibir las semillas de las espigas del verano próximo. Me llamó la atención el número de caminantes matutinos e incluso corredores que nos cruzamos por estos caminos agrícolas a estas horas de la mañana. Sin embargo estaba claro que no era el primer día que salían a caminar por allí. El camino nos acercaba poco a poco a Zariquiegui, a mitad de camino en la subida al Alto del Perdón, siempre presente en el horizonte.

Desde lo alto de una loma pudimos ver varios caminantes, solos o en grupos de dos o tres, marchando por nuestra ruta unos cientos de metros más adelante. Uno de ellos era la peregrina coreana que en su ruta de etapa había decidido pasar la noche en Cizur Menor en lugar de en Pamplona. Al cabo de un rato adelantamos también a un par de americanos, que con paso cansino por la ascensión y por el sobrepeso (y no precisamente de la mochila) nos dijeron que pretendían llegar a Santiago. El crisol de nacionalidades se enriqueció con un japones, una pareja de franceses y algunos españoles más, entre los que estaban los tres amigos leoneses que habían dormido en Pamplona. Aprovechamos a tomarnos un descanso en nuestro ascenso al Alto del Perdón compartiendo con ellos un café de máquina en una tiendecita de Zariquiegui, junto a la Iglesia se San Andrés, que con el sol de la mañana lucía con magníficos tonos dorados.


     En cuanto acabamos el café, un rico capuccino a pesar de ser de máquina, retomamos el camino hacia el Alto del Perdón, cuyo nombre siempre me ha hecho imaginarme un sinfín de peregrinos, romeros o penitentes caminando hacia el alto, de rodillas o descalzos, en respuesta a alguna promesa´o sacrificio. Pero quizás sólo sean imaginaciones mías. Lo cierto es que a partir de Zariquiegui, la pendiente aumentó y el camino pedregoso se hizo un poco más difícil. Enseguida Gabi me tomó la delantera, y se encaminó hacia los aerogeneradores que, como gigantes quijotescos, giraban sin cesar en lo alto de la montaña.


     En un instante volví la vista atrás, y allí estaba, al fondo de los campos arados y difuminada en el horizonte montañoso, la ciudad de Pamplona que nos acogió la noche anterior. Y mirando al oeste sorprendí al pueblo de Undiano en primer plano, y detrás, al fondo, arropado en la falda de los riscos cercanos, a Etxauri, con su Cabezón de Etxauri, de 1138 m de altitud, paraíso de los escaladores navarros, llamado así por su característica cima de forma redondeada.


     Y tras media hora de ascensión desde Zariquiegui, después de adelantar a un desquiciado peregrino francés que intentaba alcanzar la cima en bicicleta por el impracticable camino, llegamos al Alto del Perdón donde nos esperaba el singular monumento al peregrino que representa una caravana de peregrinos, andando y a caballo, guiados por la Vía Láctea, y al que Gabi y yo nos incorporamos de forma inmediata.


     Los componentes de la peculiar caravana metálica dirigían sus pasos hacia Puente la Reina, nuestro próximo destino, que el indicador de Erreniega, erguido en lo alto del monte, situaba a 13.4 Km de distancia.


     La vista que se disfrutaba de los campos navarros al suroeste del Alto del Perdón era espectacular. Cerros, campos, ríos, árboles, pueblos y matorrales se alternaban en perfecta armonía y se fundían en la bruma del horizonte con el brillante cielo. El camino hilaba, uno tras otro, Uterga, Muruzabal, Obanos y, al fondo, nuestro destino final de esta etapa, Puente la Reina, hacía donde nos dirigimos a través de una rápida y pedregosa bajada, por la que no vimos bajar el ciclista francés. Seguramente, y con buen criterio, buscó un camino alternativo para descender de las alturas.


     Descendimos por la senda pedregosa con cuidado, para evitar resbalones y asegurarnos de que los cuádriceps y los gemelos no sufrieran demasiado a cada paso, llegando pronto a las inmediaciones de Uterga, desde donde las colinas navarras cubiertas de rastrojos tenían otra perspectiva.


     El camino hacia el siguiente pueblo en la ruta, Muruzábal, donde Gabi me comentó que había celebrado alguna de sus fiestas patronales en compañía de unos colegas descendientes de estas tierras, nos sorprendió primero con un banco artesano estratégicamente colocado a la sombra de una frondosa encina. Daban ganas de sentarse un rato... Y poco después nos encontramos con las primeras vides del camino, con su sorprendentes colores ocres y rojizos, anticipo de lo que nos podríamos encontrar un par de rutas más adelante en las inmediaciones de la Rioja y del Valle del Ebro.


     Las fincas de las afueras de Muruzábal, abandonadas a su suerte y sin una mano que se dedicara a mantenerlas en buenas condiciones, mostraban lo que en otros años fueran unas tierras de cultivo de almendros, donde algunos de ellos, los que no estaban todavía secos, se afanaban por continuar dando sus frutos, dejándolos en el suelo a falta de alguien que los recolectase. Recordando las correrías de Gabi por estos lares, hicimos una parada para reponer fuerzas y llenar el estómago con algo caliente y nutritivo en el bar Los Nogales, muy cerquita del Palacio de Zabalegui y de la Iglesia de San Esteban, patrono del pueblo.


     Las llanuras navarras nos permitieron descubrir numerosos cultivos diferentes a los que llevábamos vistos en las rutas anteriores, destacando entre otros los campos de espárragos navarros, de prestigio internacional, cultivos de maíz, campos de alcachofas, huertas con cardo, hortaliza típica de Navarra y La Rioja, plantaciones de pimientos y tomates, y nuevas viñas, ya vendimiadas, que el otoño hacía que se mostraran en plenitud de color. La verdad es que elegí las fechas otoñales para recorrer estas etapas del Camino de Santiago pensando en las tonalidades del campo, con sus ocres, dorados y rojizos de los hayedos de los Pirineos, y los colores bermellón y púrpuras de los viñedos riojanos. Y tengo que decir que no me han defraudado, disfrutando enormemente con ellos.


     Desde Muruzábal, y siguiendo las indicaciones de la Guía del Camino que me regaló Aroa, una compañera de trabajo gallega que se fue a trabajar a UK, dejamos temporalmente Óbanos un poco a la derecha y nos desviamos ligeramente del camino para visitar la interesantísima iglesia octogonal de Santa María de Eunate.


     A orillas del río Robo, eje central de la comarca de Valdizarbe, se levanta la bella estampa de esta iglesia. Sin respaldo documental de la época constructiva, Eunate pasa a engrosar el listado de templos románicos navarros difíciles de descifrar, motivo por el cual nacen innumerables hipótesis tendentes a explicar las motivaciones de los diseñadores y constructores del templo a la hora de introducir elementos peculiares, como su planta octogonal y su claustro poliédrico.


     No obstante, independientemente de todas esas hipótesis, el templo presenta indudablemente una atractiva belleza que hace de reclamo para los peregrinos, y que justifican el desviarse 2 Km de la ruta para acercarse a visitarlo.


     En Eunate nos fusionamos con el camino que viene desde Somport, por la ruta aragonesa, convirtiéndose la ruta a partir de ese momento en un único camino hacia Santiago de Compostela, el Camino Francés sin más calificativos. Sin embargo, Gabi no parece que tuviera muy claro si tenía que ir... o venir...


      Desde Eunate nos dirigimos, ahora sí, hasta Óbanos, alcanzando el pueblo tras ascender por una pronunciada pendiente. La iglesia de San Juan Bautista nos esperaba, esbelta, en el centro del pueblo, iluminada con la luz del mediodía. Y a la salida del municipio, un alto y férreo monumento al peregrino me ayudó a encuadrar a Gabi en su caminar en busca de nuestro destino final, a tan sólo 2.5 Km de distancia.


      Y por fin llegamos a Puente la Reina, la capital de la comarca de Valdizarbe, hito de la ruta jacobea. Como reza la leyenda al pié de la estatua del peregrino que nos encontramos a la entrada del pueblo, "desde aquí todos los caminos a Santiago se hacen uno solo".


     En el momento de la foto no me dí cuenta de que, hace ya algunos años, de vuelta del Parque Nacional de Ordesa, estuve comiendo y tomando café justo detrás de los árboles del fondo de la foto de la estatua. Es el Restaurante "El Peregrino", un sitio estupendo para una ocasión especial, donde disfruté en compañía de mi ahijada y unos muy buenos amigos.


     Eran las dos y media del mediodía, así que buscamos alojamiento en el albergue de los Padres Reparadores, justo a la entrada de la ciudad. En cuanto tomamos propiedad de las literas asignadas, dejamos los trastos y nos fuimos a buscar un sitio donde comer. Y lo encontramos !!!!    La Calle Mayor de la ciudad, a pesar de aparecer desierta en la foto, alberga buenos sitios para comer, como el restaurante Bidean, también hotel rural. El trío de leoneses parece que tienen gustos parecidos a los nuestros, porque no será la última vez que nos encontremos en el mismo bar/restaurante sin haberlo organizado con anterioridad. Comimos muy bien.


     Después de comer acompañé a Gabi al albergue, y mientras él soñaba con las angelitas, yo me fui a dar un paseo por la ciudad. Justo al lado del albergue se encuentra la Iglesia del Crucifijo. La primitiva iglesia, construida en el siglo XII en estilo románico, pertenecía a la orden de los Templarios. Se conocía antiguamente con el nombre de Nuestra Señora de los Huertos. La iglesia actual es del siglo XV, pero conserva el pórtico románico de la iglesia anterior. A lo largo de los siglos se ha utilizado, además de como templo, como hospital de peregrinos, cárcel de presos políticos, cuartel, almacén de pólvora. A pesar de los innumerables cambios, todavía podemos admirar hoy en su interior la imagen del crucifijo, donado por peregrinos germanos en la Edad Media, y que es extraordinario por la insólita forma de pata de oca que adopta la cruz.


     Recorriendo la ciudad por la calle Mayor de este a oeste, los pasos me llevaron hasta el puente románico sobre el río Arga (de nuevo el Arga !!!) que da nombre al municipio. Mandado construir en el siglo XII posiblemente por la Reina Mayor, esposa de Sancho III de Navarra, tiene un perfil típico en "lomo de asno", con sus rampas ascendiendo hasta el punto más alto sobre la clave del arco central.


     Sus 110 metros de longitud se extienden sobre siete arcos de medio punto, de los que hay seis a la vista. El séptimo se halla bajo el nivel del suelo por debajo del torreón que en épocas posteriores se edificó para controlar el paso de personas y enseres a su través. Cuántos peregrinos habrán cruzado el río caminando por ellos? Cuántas historias diferentes habrán sucedido en sus alrededores?


     La luz de la tarde, brillante y luminosa, me permitió disfrutar de unas espectaculares vistas de la ciudad, con el río Arga en primer término, donde se puede ver cómo la tecnología y la ingeniería de siglos distintos dan soluciones diferentes al mismo problema: cruzar el río. De los siete ojos y el arco de medio punto con bloques de piedra a las largas vigas de doble T fabricadas en acero y hormigón.


     La sierra del Perdón se recorta en el horizonte, y los cúmulos flotaban en el aire como bolas de algodón. El conjunto medieval de la ciudad lucía con sus piedras doradas, y las torres de las iglesias querían tocar el cielo con sus puntas.


     Cuando es sol se empezó a dirigir hacia su albergue particular donde pasar la noche, yo comencé a volver en busca de Gabi. En el camino de vuelta me encontré con bonitas losas areniscas en algunas de las paredes del pueblo, en las que se pueden observar interesantes grabados, que podría deberse bien a filtraciones caprichosas en el bloque de piedra, bien a marcas fosilizadas de plantas pretéritas. No conozco el origen de estas marcas, pero lo que si se es el destino que tendrán los pimientos que colgaban hasta secarse en uno de los balcones del pueblo. La hora era propicia para empezar a pensar dónde tomar algo...


     En el camino de vuelta por la Calle Mayor me encontré con la Iglesia de Santiago, originalmente románica del siglo XII, de lo que da fe la portada sur, pero las transformaciones sufridas posteriormente a lo largo de varios siglos han hecho desaparecer el resto de su fábrica original.


     Su espléndida portada románica muestra numerosos detalles esculpidos en la piedra, alegóricos de diferentes pasajes de las sagradas escrituras. En su interior no queda vestigio alguno del románico original, destacando en el altar mayor un retablo dorado de estilo barroco.


     Me llamó la atención las imágenes de los santos que encontré en el interior de la iglesia. Por un lado la talla gótica del apóstol Santiago "beltza" (negro, en euskera), responsable de que hoy nos encontráramos Gabi y yo, de nuevo juntos en el Camino, en esta ciudad. Por otro lado San Sebastián, patrono de Donosti, el lugar de origen de Gabi. Y también San Roque, patrono de Briviesca, de donde soy originario yo. Coincidencia interesante, ¿no te parece?.


     La noche se empezaba a adueñar de Puente la Reina. A la luz de una farola, frente a la puerta del albergue, me dediqué a pelar los almendrucos que había ido recogiendo a lo largo de la jornada, para tener un "tentenpié" listo para la etapa del día siguiente. Y cuando levanté la cara y miré al cielo me encontré con esta bonita imagen, donde la torre de la iglesia de Santiago se recortaba en contraluz sobre el profundo cielo salpicado de nubes encendidas.


     Cenamos algo ligero en otro de los bares del pueblo mientras en la tele, siempre presente en los comedores de casi todos los bares de España, retransmitían un encuentro de fútbol. La televisión, buena compañía para el camarero en sus ratos de espera, y para el cliente solitario que come sólo en una mesa... Pero la verdad es que, en muchas ocasiones, es preferible tenerla apagada, sobre todo en compañía de buenos amigos. A la salida nos acercamos de nuevo al puente de la reina que, visto desde el puente moderno e iluminado con las luces de las farolas, mostraba esta imagen. Las tranquilas aguas del Arga permitían ver completos los redondos ojos del puente, grandes como los de un búho en la oscuridad navarra.


     El día había llegado a su fin. En el albergue nos reencontramos con caras conocidas, como Mauro, Jesús y José Enrique, los amigos leoneses, Manuel, el cocinero andaluz, Trini y sus dos amigos de Blanes, los peregrinos coreanos, un matrimonio francés,... Todos dispuestos a descansar durante la noche para retomar el camino hacia Estella con las primeras luces de la mañana. Pero eso será en otra nueva etapa...




"Un día mas... y una nueva etapa que ha llegado a su término, y por primera vez en esta nueva edición, en compañía (y buena compañía...). El día, como habéis visto en la primera imagen, nos ha recibido a la salida de Pamplona, en el campus de la Universidad, con un sol especial que presagiaba un día totalmente diferente al de ayer. A pesar de los fresquitos 9 grados de temperatura, la mañana estaba perfecta para andar. Además, el frescor matutino ayudaba a mantenernos despiertos tras una noche un tanto "movidita" debido a la sinfonía de ronquidos de nuestra "vecina" australiana de la derecha y alguna que otra voz en sueños de las vecinas de la izquierda... Toda una odisea, que alguno ha solventado cambiándose de litera al extremo mas lejano del albergue, una antigua iglesia en el centro de Pamplona transformada a tal efecto.

El camino de hoy, unos 26 Km, ha transcurrido con suavidad a través de los campos navarros, teniendo que superar en mitad de la etapa el Alto del Perdón, un obstáculo montañoso de unos 500 metros de desnivel que separa los valles de Pamplona y Puente la Reina. Hemos encontrado muchos caminantes matutinos que todas las mañanas salen a hacer sus 5 km hasta Cizur Menor, junto con runners que practicaban por los caminos secundarios entre pueblos, así como a algunos peregrinos que, como nosotros, iban camino de Puente la Reina: franceses, americanos, coreanas, japoneses, leoneses... Un mezcla de razas y culturas conviviendo cada día a lo largo de las cunetas y valladares del Camino.

Antes de ayer fueron las nueces las que me ayudaron a mantener el estomago tranquilo, y hoy han sido los almendros los que nos han obsequiado con sus frutos. Un montón de almendrucos alfombraban el camino debajo de cada árbol, y como a Alicia en el País de las Maravillas, nos decían "cómeme"... Y eso es lo que hemos hecho. A lo largo del recorrido del camino hemos ido viendo cultivos muy diversos, desde trigales y campos de maíz hasta espárragos, alcachofas y cardo. También han comenzado a aparecer las primeras viñas, donde los restos de los racimos sin vendimiar colgaban al lado de las hojas rojas otoñales de las vides. Un disfrute sin parangón para la vista.

Después de reponer fuerzas en el bar de Muruzabal, nos hemos desviado un par de Kms del camino francés para ir hasta Eunate, en el final del camino aragonés, y así visitar la inusual iglesia románica de Sta. María de Eunate, de fábrica octogonal, tanto la iglesia como el pórtico que la rodea, y cuyos orígenes y uso no están muy claros. Allí había una pareja con un perro que tenía los ojos como David Bowie, uno de cada color... peculiar. Y tras 5 km más de caminata hemos llegado a Puente la Reina a las 14:30.
Como la hora era propicia, tras dejar los bártulos en el albergue de los Hermanos Reparadores, nos hemos ido a comer (muy bien, por cierto) al centro del pueblo, y tras el postre y el café, estoy aprovechando a escribir esta crónica mientras Gabi sueña con las angelitas.

Mañana nos espera Estella, pero eso será, si el tiempo y el cansancio lo permite, motivo de una nueva entrega.

Hasta mañana !!!
    Puente la Reina, 25-Oct-2011.




Próxima etapa: Camino de Santiago Francés - Quinta etapa. De Puente la Reina a Estella

Etapa anterior: Camino de Santiago Francés - Tercera etapa. De Larrasoaña a Pamplona



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