Una fenomenal aventura compartida por las montañas asturianas de Covadonga.
El preámbulo de esta historia lo puedes encontrar en esta otra entrada.
Viernes, 24 de Mayo de 2013
El fin de semana reservado para esta aventura llegó sin darme cuenta. Todo preparado para volar a Asturias a encontrarme con Juan Carlos, con quien había organizado esta jornada cerca del mar y de los montes Asturianos.
Alcancé la T4 madrileña gracias a mi amiga Miri, que me acercó hasta ese edificio cuyo diseño siempre me recuerda a las gaviotas del emblema de los cursos de vuelo sin motor con los que disfruté en el pasado, cuando Monflorite no era todavía el Aeropuerto de Huesca.
La terminal estaba bulliciosa. Cientos de personas recorriendo los pasillos en busca de su destino final, del que les separaba una simple puerta y un avión tras ella, como a mí.
Y tras despegar del aeropuerto de Barajas, sobrevolamos el tablero ajedrezado de la meseta castellana antes de acercarnos a los montes nevados de los Picos de Europa. ¡¡¡ Cómo me gusta volar !!!
Desde que me enamoré de una puesta de sol sobre un mar de nubes doradas, grabado en una película "8-normal" por mi tío hace... "más de 3 años", la emoción de volar siempre me ha acompañado, y no desaprovecho una sola ocasión para disfrutar de nuevo de esa magnífica sensación. Y volando llegamos a la cuenca minera asturiana, siempre verde, con sus valles y sus lagos en altura.
Y ya en Asturias, Juan Carlos (JC para los amigos) me recogió en el Aeropuerto y nos fuimos a esperar al día siguiente en compañía de otro Juan, amigo de JC y pieza clave de la intendencia del día siguiente. La tarde-noche la pasamos reconfortando el estómago, primero con unas vieiras y luego con una buena carne. Y, cómo no, la sidra natural no faltó en ningún momento. Aunque siempre lo digo, no me caso de repetirlo. Qué bien se come en el Norte!!!
Y tras una noche corta pero reparadora, la tan esperada mañana nos levantó. 25 de Mayo, Fiesta de Nuestra Señora del Puy, patrona de Estella, donde tan buenos ratos pasé en compañía de otro peregrino, Gabi, unos meses atrás. Pero en esta ocasión nuestra cabeza la llenaba otra patrona, la de Asturias, la Virgen de Covadonga, donde esperábamos llegar en una única jornada.
A las 5:45 de la mañana un reconstituyente desayuno nos estaba esperando en la cocina, donde no podía faltar el famoso ColaCao de JC. Y a las 6:25 de la mañana cuando todavía el astro rey no había hecho acto de presencia, salimos del portal de JC pertrechados con todo lo necesario para afrontar este reto, totalmente nuevo para los dos. Un ultramaratón de unos 85 Km por el Camino de Garrapiellu. Confiábamos en poder llegar.
Salimos de Gijón por el Parque de los Pericones y enseguida llegamos a la ribera del Río Piles. Una mañana fresca y un ritmo sosegado, por encima de los 6:10 min/Km a través de diversos parques de las afueras de la ciudad, nos acercó a la silueta de la Universidad Laboral, cuya torre se recortaba en el horizonte con las primeras luces del alba. Luego, siguiendo el Río Peña de Francia llegamos muy cerca del Camping de Deva, el punto oficial del inicio de la Ruta del Garrapiellu.
Un carril preparado para bicis y corredores nos llevó hasta la Iglesia de San Salvador de Deva, donde llegamos en poco más de una hora. Es la única iglesia de todo el concejo que conserva elementos prerrománicos en sus muros. Se reconstruyó después de la guerra civil española, pero la fábrica primitiva era de finales del siglo X o principios del XI. Dejamos atrás San Salvador con paso firme y vigoroso.
Seguimos nuestra ruta camino del Barrio de Olla, en lo alto de una colina, y cuando ya pensábamos que nos habíamos perdido, encontramos el primer garrapiellu pintado de color amarillo al pie de un árbol. Una señal que iríamos buscando y siguiendo (y a veces añorando) durante toda la ruta. Desde la altura se vislumbraban los verdes valles asturianos con sus manzanos de sidra en flor.
Creo que al llegar al cruce con la AS-331 nos desviamos de la ruta original, dejándola a la izquierda, y siguiendo por la AS-331 hasta el Restaurante El Pinal, ya que nada más dejar el local atrás encontramos un nuevo garrapiellu a la salida de un camino que se unía a nuestra ruta por la izquierda. Nos habíamos desviado, pero seguíamos en el camino, que durante este tramo va hermanado con el Camino de Santiago del Norte, pero en dirección contraria. A falta de señales claras, las puertas de las cocheras que encontramos por el camino nos indicaban que debíamos seguir adelante...
Habíamos ido subiendo lentamente desde nuestra partida y, echando la vista atrás desde lo alto, se podía vislumbrar el puerto de Gijón y toda la belleza de los valles asturianos que rodean la ciudad.
Y llegamos al alto del Curbiello en menos de dos horas desde la casa de JC. Habíamos recorrido 15 Km hasta aquí y alcanzado el punto más alto de la primera de las ascensiones de nuestro recorrido. Era un momento estupendo para parar a tomar un reconstituyente café con leche y un ColaCao, que se vieron acompañados de una estupenda bollería casera. Tras 10 minutos de descanso y de cháchara con la paisana que atendía el local, continuamos la marcha sin demora. A los pocos metros un nuevo indicador nos mostraba la senda que debíamos seguir.
Y desde lo alto no se puede hacer otra cosa que descender... y qué descenso!!! Siguiendo los indicadores nos adentramos por caminos embarrados y con firme complicado, llenos de agua que hacían muy dificultoso el avanzar. Pero el olor de los esbeltos eucaliptos y la frescura del campo compensaban todas las dificultades del recorrido.
Las señales nos llevaron hasta la autopista A-8, que cruzamos por un sendero sobre la bocana sur del Túnel de la Brañaviella, frente al Túnel de Niévares, desde donde comenzamos un ascenso continuo por el valle del Arroyo Escorial, llegando a alcanzar la cota de los 440 metros. Las vistas desde allí, entre las ramas de los árboles que nos rodeaban, eran dignas de un milano.
Y en lo alto abandonamos los caminos de tierra para tomar la carretera comarcal VV-8 dirección sur-este hacia El Pedroso. Tras recorrer alrededor de un kilómetro, otro Garrapiellu pintado en el suelo junto a una flecha que decía "Covadonga" nos devolvía a los caminos de tierra (fotografía de Google StreetView).
En un vertiginoso descenso, pasamos por pequeños asentamientos rurales de los que no recuerdo su nombre, pero cuyos vecinos de cuatro patas nos saludaban a la par de indicarnos el camino a seguir. Al filo de las 10 de la mañana nos cruzamos con un grupo de madrugadores ciclistas BTT que iban camino de uno de los cerros más altos de la comarca. Pero no pudimos acompañarles porque nosotros teníamos que seguir en dirección contraria hacia la Cueva de Covadonga.
Entroncamos con otra vía comarcal, la VV9 que, siguiendo paralela al curso del Arroyo de las Vallinas, nos acercaba lentamente hasta nuestro siguiente punto intermedio: Amandi. Tendríamos que haber seguido por la VV-10 dirección este hasta el centro de la ciudad, pero justo en el cruce donde Sidra "El Traviesu" tiene el letrero en la fachada de su local, la intuición y unas flechas amarillas nos hicieron tomar el camino hacia Camoca. De esta forma continuamos siguiendo las flechas amarillas, pasamos por un núcleo urbano, posamos en el cruce de La Piñera junto a un mojón del camino de Santiago y, al cabo de media hora sin ver ningún Garrapiellu ilustrando los cruces, alcanzamos a un par de peregrinos que portaban grandes mochilas. Cuál sería nuestra cara al enterarnos de que ese camino era el ramal del Camino de Santiago que unía el Camino del Norte con Oviedo y el Camino Primitivo, y nada tenía que ver con el Camino a Covadonga.
Habíamos recorrido más de dos kilómetros en dirección errónea, y tuvimos que desandarlos para llegar al cruce que habíamos dejado atrás donde, efectivamente, un mojón en sentido inverso a nuestra marcha indicaba claramente la desviación de los dos Caminos Compostelanos (fotografía original publicada en Panoramio por Stefan Vossemer). Habíamos empleado casi una hora en este descuido. Eran alrededor de las 11 de la mañana cuando volvimos a estar de nuevo en la ruta deseada.
Y en poco más de 15 minutos habíamos llegado a nuestro destino intermedio, algo cansados y sedientos, pero sobre todo un tanto frustrados por el tiempo y la energía empleada en el despiste que habíamos tenido. Pero el olor de un gran café con leche, una buena sidra asturiana (o dos...), un par de latas de Aquarius y unas piezas de bollería dulce en una sidrería junto al cruce de la AS-255 con la entrada a San Juan de Amandi nos repusieron los ánimos para seguir hacia nuestro objetivo.
Llevábamos unos 35 Km desde que salimos de casa, contando las dos ascensiones realizadas y el camino adicional recorrido por el despiste, y habíamos empleado 5 horas. Íbamos bien de tiempo. Ahora teníamos por delante, entre otras dificultades, una nueva ascensión de más de 470 metros de desnivel. Así que, sin más demora, retomamos la marcha tras acabarnos las bebidas.
Y salimos de Amandi pasando junto a la Capilla de San Juan de San Juan (redundante el nombrecito...) y su fuente (de San Juan, igualmente) hasta enlazar con la carretera AS-255 en dirección a Santolaya de Cabranes. Tras recorrer algo menos de un kilómetro, una difusa indicación nos sacó de la carretera hacia la izquierda, justo donde se levantaba lo que parecía la entrada a un castillo, aunque tan sólo fuera la entrada una finca particular. Quizás el Castillo esté alejado de la carretera... ¡¡¡Quién sabe!!!
Allí comienza la Ruta de los Molinos del Profundu, que compartimos en su primer tramo por un sendero en plena naturaleza junto al Río de la Ría. Al poco de dejar atrás el Molín de Griselda, el río estaba desbordado y ocupaba todo el camino, lo que dificultaba el caminar, pero la dificultad se tornaba divertida. Pasada la quinta Villaverde dejamos a la derecha la ruta de los Molinos y comenzamos el ascenso a través del Monte Sama siguiendo el Arroyo de Puente Coro por un terreno de frondosa vegetación, que se abre poco antes de llegar a la población de Coro.
Seguimos las indicaciones que fuimos encontrando por el camino, que nos llevó en continuo ascenso a cruzar los núcleos de Moratín, Brezeña e Infiesta Ñovales, donde encontramos un conjunto de grandes cubas para sidra que estaban en venta.
El tramo desde Amandi hasta Sietes es realmente bonito, a la par que duro, pero no tengo apenas fotos de nuestro paso. Y la razón es que, antes de llegar a Breceña, mi rodilla derecha me empezó a dar pinchazos en su cara interior y mi preocupación se centró en el dolor y olvidé por completo la cámara. Parecía que los descensos a trote rápido tras las dos ascensiones de la mañana se estaban cobrando su tributo. Podía andar sin problemas, pero cada vez que intentaba correr, la rodilla se quejaba. Estábamos casi a mitad de camino y llevábamos 6 horas de caminata. Todavía nos quedaban más de 45 Km para llegar a nuestro destino... Demasiada distancia. Pasaron más de cinco kilómetros antes de comentárselo a JC.
Definitivamente, no podía seguir corriendo. Pero podía andar, así que continuamos andando a buen paso hasta llegar a Sietes, donde llegamos atravesando el Monte Tandión desde la aldea de Buslaz. Sietes nos recibió con la interesante fachada renacentista de la iglesia de Santu Medero (San Emeterio) de 1555, y con un conjunto de hórreos centenarios. Era la 1:10 del mediodía.
Había estudiado el perfil de la etapa y sabía que a partir de Sietes el camino era bastante plano hasta Anayo, verdadero balcón asturiano, y que desde allí comenzaba el descenso hacia Miyares, Soto de Dueñas y Cangas de Onís. Así que dejamos atrás el Concejo de Villaviciosa y pasamos al Concejo de Piloña en busca de Anayo. Fueron algo más de 5 kilómetros por la carretera AS-232 los que tuvimos que andar para llegar al conjunto urbano, al que llegamos al filo de las dos de la tarde. Un tramo que se me antojó eterno: el hambre empezaba a hacer acto de presencia y mi rodilla iba bastante tocada.
Llevábamos 48 Km recorridos desde que salimos por la mañana y era el momento de comer, así que decidimos quedarnos en el Bar La Bolera, frente al cruce de carreteras locales que se unen en ese punto. Nos pareció un lugar apetecible dado el gran número de ciclistas que paraban allí. Donde hay muchos camioneros (o ciclistas) se come bien... y no nos confundimos!!! Y mientras nos preparaban un reponedor almuerzo, decidimos la estrategia a seguir. Si continuaba andando junto a JC, le retrasaría mucho ya que llegaríamos de noche, pasadas las 11, y no íbamos preparados para andar en la oscuridad. Y como la promesa de unir las dos casas en el día era suya, decidimos que nos separaríamos en ese punto tras comer. El seguiría por el Camino del Garrapiellu hasta Covadonga, pasando por Borines, Miyares, Soto de Dueñas y Cangas de Onís, y yo contactaría con Juan para que me recogiera en Infiesto, a 12 Km de Anayo.
El café, junto a un ibuprofeno que unos amables caminantes me cedieron, puso punto final a la comida y a la etapa compartida, que se transformó en dos etapas en solitario, una más larga, descendiendo hasta Cangas para repuntar hasta Covadonga, y otra más corta hasta Infiesto. Y a las 3:06 de la tarde, nos despedimos a la puerta del restaurante, mochila en ristre, con un fuerte abrazo, una sonrisa y los mejores deseos para JC, que partió corriendo carretera adelante.
Anayo, impresionante atalaya sobre los valles piloñeses y la Sierra de Ques. Un buena vista la que se divisa mientras algunos disfrutan de la eternidad.
Seguí, caminando y a distancia, la estela de JC en busca de la carretera que me llevaría a Infiesto, y enseguida encontré la desviación que, presumiblemente, habría tomado mi compañero de aventura minutos antes. ¡¡¡Garrapiellu a la vista!!! Sería el último que yo vería en esta aventura...
Continué camino de Infiesto, L'Infiestu en asturiano, por la carretera que une dicha ciudad con Colunga. Iba tranquilo, caminando a buen ritmo, ya que la rodilla no me dolía en estas condiciones, y durante los doce kilómetros que esperaba recorrer en algo más de dos horas iba a disfrutar del día y del impresionante entorno, disparando todas las fotos que había olvidado sacar en los kilómetros anteriores.
Y así pude disfrutar de la vista de unos valles verdes e interminables, que se extendían hasta fundirse con el imponente horizonte montañoso.
El ganado de los lugareños, curioso y divertido, se acercaba a saludarme hasta el borde de las fincas junto a la carretera, salpicadas de refugios para los animales y valladas en toda su extensión. Los pastores eléctricos cumplían de forma eficaz su cometido.
Las siemprevivas hiedras se aferraban a la cara norte de algún que otro plátano, semejando lapas sobre las rocas de las orillas del cantábrico. Y el resto de la frondosa vegetación, nacida a la sombra de los arboles, mostraba todo su esplendor en infinidad de tonalidades verdes.
Finalmente la AS-258 desembocó en la carretera nacional N-634, que recorre el fondo del valle del Río Piloña paralela a su cauce, lugar de pesca, con aguas limpias y saltarinas. Tras recorrer la ribera durante poco más de dos kilómetros, llegué al puente que cruza el río, y que sirve de entrada al conocido pueblo asturiano de Infiesto.
Casi de forma sincronizada, llegamos Juan y yo a la Plaza Mayor de Infiesto, desde donde nos fuimos en su coche hasta Cangas de Onís. Allí, a escasos metros del Puente Vieyu, posiblemente de finales del siglo XIII, de donde cuelga una reproducción de la famosa Cruz de la Victoria, esperamos la llegada de JC dando cuenta de una buena porción de queso de Cabrales, que vino acompañado de unas tiras de dulce de membrillo y regado con una fría botella de sidra.
El ambiente runner en Cangas era extraordinario, porque ese mismo día se celebraba la XXVI Media Maratón Ruta de la Reconquista, de Cangas a Covadonga y vuelta por el mismo camino, superando un desnivel de casi 200 metros en 10.5 Km para descenderlo en el regreso. Pero esa carrera la haremos y narraremos en otra ocasión. Ahora tenemos otra entre manos, y está a punto de terminar. Las carreteras de acceso a Covadonga estaban cortadas por la organización de la carrera, y tardamos en llegar a la Basílica más de lo esperado, temiendo llegar más tarde que JC, al que teníamos localizado gracias al Whatsapp. Pero cuando llegamos arriba, él aún no había llegado. Eran las 20:21, casi 14 horas después de abandonar su casa por la mañana, y aún seguía corriendo por la orilla del río Reinazo, que tras nacer explosivo en los Montes de Covadonga, se abre paso por las montañas hasta unirse con el Río Güeña en Cangas de Onís.
¡¡¡Y por fin llegó!!! Eran las 20:40 y había tardado 14 horas y 15 minutos en unir las dos casas, la suya y la de la Virgen de Covadonga. El último tramo desde que me dejó en Anayo lo hizo corriendo, se había perdido un par de kilómetros en algún punto del recorrido, y cuando se cruzó con los corredores de la Media Maratón le gritaban: "¡¡¡Eh, tú, que vas al revés!!!" Agotado pero contento por la gesta conseguida, el duro granito que rodea el lago de la Cueva le pareció un almohadón algodonoso.
Foto de recuerdo, con los tres sonrientes, a los pies de la Cueva, un refresco (que no sidra esta vez a pesar del lugar) en la Sidrería Covadonga, y yo me encargué de devolvernos a los tres a Gijón en el coche de Juan. El cansancio nos inundó de tal manera al llegar que nos impidió salir a cenar por ahí. Leche con galletas para mi, un ColaCao para JC y... a dormir.
Creí que al día siguiente estaría tan cansado que no me podría levantar, pero... ¡el mar es tan reconfortante!. Salí pronto de casa y, sin despertar a JC, me fui a pasear por la Playa de San Lorenzo. Una mañana fantástica para despedir Gijón con un recuerdo imborrable, sobre todo después de comprobar que mi rodilla, tras probar a correr sobre la arena de San Lorenzo, no se quejaba en absoluto. Todavía sigo pensando que dejar el reto a la mitad fue un sabia decisión.
El cielo se debatía entre cerrarse con unas nubes borrascosas o abrirse con un brillante sol primaveral, y el contraste hacía que Cimadevilla resaltase majestuosa en el horizonte. Las olas rompían efervescentes en la orilla, dejando sobre la arena al retirarse numerosas muestras de la vida marina.
Esperé a que JC se encontrara conmigo paseando por las acogedoras calles gijonesas, entre ellas una que llamó mi atención por su relación con mi viaje a la capital asturiana: la calle Covadonga. Una vez que JC se hubo despertado, quedé con él para comer en el centro de Gijón. Y acabamos comiendo una estupenda fabada en la Plaza Mayor, en el restaurante El Centenario, donde disfrutamos de un menú abundante, delicioso y a buen precio.
Y el mismo avión que se encargó de llevarme dos días antes hasta tierras asturianas para enfrentarme al interrogante de un ultramaratón por los montes de Covadonga, me devolvía de nuevo a la ciudad de donde partí. Había sido un fin de semana de sensaciones entrañables, de poderosas montañas, de esfuerzo concentrado, de amistades renovadas y nuevas, de conversaciones relajadas, de buena comida, de compañerismo, de olores penetrantes, de recuerdos compartidos, de olas, de mar...
El Camino del Garrapiellu nos había permitido disfrutar de una experiencia inigualable. Estaría bien que la señalización de esta interesantísima ruta fuera un poco más copiosa y visible, sobre todo en cruces conflictivos para evitar perderse o desorientarse, pero es lo que hay. No obstante, de todo lo vivido en estas poco más de 48 horas me quedo con la sensación de libertad y la cara de satisfacción de JC tras darse cuenta de que el sueño, la promesa, el reto que se había planteado meses atrás, había sido capaz de hacerlo realidad. Unir su casa con la de la Virgen de Covadonga a pie y en el día. Y yo me sumo a su orgullo y satisfacción por haber tomado parte en este reto que acabo de narrar. ¡¡¡Nos veremos en el próximo!!!
Hola Alfonso, ¿pero esos caminos de dios, existen?
ResponderEliminarExisten, Abi... Vaya si existen... aunque si estuvieran algo mejor indicados, ya serían "divinos"...
EliminarQué envidia Alfonso, pero es una pasada. Te quedas agotado leyendo la crónica, aún con el descanso de las fotos; y si yo fuera tu rodilla ya te hubiera dicho tururú. Creo que debes bajar el pistón. Disfruta con actividades menos gravosas, y facilita que las disfrutemos contigo sin sobresaltos. Sé prudente.
ResponderEliminarMi querido "Anónimo". Hay alguien por hay que me dice de vez en cuando "¡Párate!" y "¡Cabeza!", pero la verdad es que la vida se pasa en un suspiro y hay que aprovechar cada minuto... En el fondo, soy prudente, si no fuera así, habría llegado hasta el final, ¿no te parece?... Gracias, no obstante, por tus consejos, que tendré en consideración.
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